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Muralismo en Chile: De la clandestinidad a las grandes Alamedas

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Desde La Tercera.

Con temas más variados y no siempre políticos, el muralismo está ganando seguidores entre los artistas jóvenes en Chile. Pero la vieja escuela brigadista de los 60 y 70 sigue siendo la gran fuente de inspiración de esta expresión que le da color e identidad a los barrios.
por José Miguel Jaque y Fernanda Derosas

Sobre un andamio instalado en la vereda norte de la Alameda, casi llegando a la calle Namur, Ian Pierce (34 años, de nombre artístico Ekeko) pinta con un rodillo la figura de un mapuche que baila una danza llamada Choique Purrum. Ian es artista visual de la Universidad de Chile y a los 14 años empezó a pintar en las calles con la Brigada Ramona Parra. Es el mediodía del martes y desde las ocho y media que él trabaja con dos amigos para cubrir 30 metros del muro que está a un costado del GAM. En la misma tarea están el colectivo de artistas visuales de la Brigada Negotrópika y Matías Noguera (33 años, Matu), arquitecto y pintor, quien tiene a su polola Isabel como reclutadora de amigas-ayudantes. Los tres fueron los ganadores del concurso graffiti-mural GAP/GAM y como premio podrán lucir sus obras al lado del centro cultural por un tiempo indefinido.

Algunos peatones se detienen a mirar. Otros les hacen preguntas. De pronto, aparece un guía de la agencia Free Tour Santiago que les muestra los murales a una veintena de jóvenes turistas de Estados Unidos, Australia, Alemania y Holanda. Les habla en inglés del sentido social de los "graffitis" y del "estilo sicodélico" que caracteriza a los murales de la Brigada Ramona Parra. Los visitantes toman fotos.

Según Ian, la gente cada vez está validando más estas expresiones artísticas. Gracias a eso el llamado StreetArt chileno está en un buen momento. Luego de años de disputas callejeras entre los cultores del graffiti de un lado y los del mural por otro, hoy han logrado convivir en el espacio público, han fusionado técnicas (como el uso de spray y óleos) y ya no son excluyentes, al punto que según Sebastián Navarro (Charquipunk), uno de sus exponentes de más renombre, se ha hecho muy difícil definirlos por separado. Además, los artistas reconocen que no sólo están sumando espacios para su trabajo en las murallas de casas, edificios o autopistas o en el espacio que ha puesto a su disposición el GAM, sino que los transeúntes, que finalmente son su público, les están poniendo más atención y entusiasmo.

Alejandro "Mono" González (67) es uno de los fundadores de la Brigada Ramona Parra y de los principales referentes que hay en el muralismo chileno. Cuando lo llamaron para que fuera jurado del concurso graffiti-mural GAP/GAM ni siquiera sabía qué era GAP. Le tuvo que preguntar a su hijo Nicolás (19), que le dijo que era una marca de "poleras caras". Pero aceptó por el lugar en que se desarrollaría el proyecto ganador: Alameda a metros de Portugal, donde él mismo pintó la primera obra de este tipo que se hizo para celebrar el triunfo de Allende en la elección de 1970. "Tiene toda una simbología para mí", dice el entonces brigadista.

Si bien en la academia existía interés en el mural como arte social cuando los artistas mexicanos David Alfaro Siqueiros y Xavier Guerrero visitan el país luego del terremoto de 1939, su uso como propaganda política comenzó para las elecciones presidenciales del año 1964 entre Eduardo Frei, Julio Durán y Salvador Allende. La postulación de este último había convocado a folcloristas y literatos, y faltaban los artistas. Luz Donoso, Carmen Johnson y Pedro Millar pintaron en favor de Allende, entre otros, los muros exteriores del Hospital Ramón Barros Luco. Pero ese trabajo fue puntual y se requería continuidad. Más cuando la campaña de Frei había ideado un logo con su nombre en una bandera chilena que sus adherentes iban pintando por todo el país. Eso sacó a las juventudes allendistas a las calles.

"Nosotros teníamos que hacerles el peso y ganar todos los muros para Allende", recuerda González. Así surgieron los brigadistas. "Tenían que ser jóvenes y buenos para correr y arrancar. Había mucha adrenalina en ese trabajo", agrega el "Mono". Eso influyó en la técnica: uno trazaba, otro rellenaba y un tercero pulía. "Nadie nos dijo que pintáramos de tal manera, pero teníamos que decir mucho con esas imágenes. Yo sentía que estábamos educando. Parecíamos los canutos de la pintura, predicando con las imágenes sobre valores y las ideas al pueblo".

En 1969 surgen las brigadas con nombre y apellido, como la Ramona Parra. Como era una actividad prohibida lo hacían de noche, escondidos. Al principio los propios sectores de izquierda se oponían a ellos por malgastar los recursos del pueblo, pero marcaron un hito en el muralismo chileno y fueron ganando reconocimiento. Ahí hubo dos hitos clave: la exposición que hizo el Museo de Arte Contemporáneo de este tipo de arte en 1971. Todavía más importante fue que ese mismo año, Roberto Matta, que estaba de visita en Chile, pintó junto a los brigadistas el mural El Primer Gol del Pueblo Chileno en la Piscina Municipal de La Granja. González recuerda que José Balmes, entonces decano de la Facultad de Artes de la U. de Chile, decía que había más alumnos pintando en la calles que en las aulas de la universidad.

Luego del golpe de Estado, el muralismo, que era una expresión completamente asociada a la izquierda, fue perseguida y el trabajo de las brigadas se refugió en las poblaciones o al alero de las parroquias y perdió mucha fuerza.

A fines de los 80 y comienzos de los 90, eso sí, aparece una nueva expresión de arte callejero: el graffiti, que llega importado de Estados Unidos y de la mano del hip hop. Los muralistas "históricos" no lo recibieron bien. "Menos si venía de Estados Unidos", dice González. Tampoco les gustaba que la firma fuera más importante que el mensaje. "El graffiti local vino a ser la expresión más individual de una sensibilidad juvenil que cuestiona al mundo adulto y a las instituciones", explica Eduardo Castillo, académico de Diseño de la Universidad de Chile y autor del libro Puño y Letra. Movimiento social y comunicación gráfica en Chile. Pero el graffiti consiguió algo que el muralismo no había logrado: llegar a todos lados, aunque no siempre tuvieran buena acogida. Se podían ver en Las Condes, en Plaza Egaña, en Puente Alto o en los barrios populares donde los hinchas de Colo Colo y Universidad de Chile los utilizaban para marcar territorio.

Pero algo ha cambiado en los últimos cinco años con el StreetArt. Hasta hace algunos años los cultores de este oficio tenían que adueñarse de los espacios en la clandestinidad y arrancar corriendo para que no los pillaran. Hoy, pintan a vista y paciencia de la gente que transita y hasta ha habido grupos de vecinos que les han pedido ponerle color a un barrio con murales. Esa es, por ejemplo, la dinámica que dio origen al museo a Cielo Abierto de San Miguel, en calle Departamental, el proyecto de murales en espacio público más grande de Santiago. Tiene aproximadamente cuatro mil metros cuadrados de arte agrupadas en 82 obras (entre murales de edificios, fachadas de casas, kioscos, etc.) y en él han participado los mejores muralistas y graffiteros del país: Matu, Alejandro "Mono" González, Inti Castro, Charquipunk, Payo, Colectivo 12 brillos, entre otros.

Los vecinos de Departamental estaban acostumbrados a un entorno plagado de afiches, rayados, plazas sucias y no tenían estímulos para mejorar el entorno, cuenta Roberto Hernández, uno de los gestores del museo sanmiguelino. Una tarde de comienzos de 2009, recorriendo el barrio, se preguntó: si vienen de afuera a hacernos graffitis, ¿por qué no hacemos algo nosotros? Les preguntó a los vecinos qué querían ver todos los días al salir de sus casas y nació el museo. Los murales le dieron un sentido de pertenencia, dice Hernández. Hoy están pintando sus casas de colores y cuidando más el barrio y el sector se está convirtiendo en un polo de atracción para colegios y turistas nacionales y extranjeros.

El entusiasmo ha llegado aun más lejos y hace dos años, la constructora Santa Beatriz se contactó con Payo Söchting (31), muralista, diseñador gráfico de la Universidad Finis Terrae y le encargó un mural de 500 metros cuadrados en un edificio en Copiapó. Pintó una laguna llena de árboles y gente alrededor de ese paisaje. "Muchos edificios se construyen en lugares donde había barrios que tenían una identidad que se pierde. Con los murales uno puede recuperar ese relato para una comunidad, además de darle color a su entorno", dice. Por un trabajo como ese, un muralista puede recibir unos cinco millones de pesos.

El muralismo se está "profesionalizando" y según Eduardo Castillo, hoy muchos artistas y colectivos que tenían una tradición de pelear el espacio en la calle están enfrentando ese tránsito a una labor más formal. Castillo explica que hasta hace unos años se seguía percibiendo el mural como una expresión marginal y política, y no como parte de la identidad más profunda de Chile. Ahora en cambio, hay hasta marcas de ropa que quieren asociarse a esta expresión artística. Trinidad Guzmán y Constanza Larenas, por ejemplo, son dos amigas y compañeras de Arte en la U. Finis Terrae que formaron la agrupación Están Pintando y se dedican a hacer murales. Hace dos semanas terminaron uno de sus más grandes proyectos: los nueve pisos subterráneos de los estacionamientos del Hotel W con el concepto de viaje al centro de la Tierra. Además, han trabajado para firmas como Foster y Benetton, marca que las contrató para pintar el paso sobrenivel de Escuela Militar. "Al principio sentíamos la contradicción de ser artistas y trabajar con marcas. Pero superamos ese mito que nos habíamos autoimpuesto porque el aporte que hacemos igual llega a la comunidad", cuenta Trinidad Guzmán (27).

Alejandro González considera que los muralistas jóvenes con formación universitaria han jugado un papel determinante para terminar con los prejuicios sobre el arte callejero. "Es hora de que la academia empiece a abordar este tema en las salas de clases", dice González. Ninguno de los muralistas consultados para este reportaje aprendió de este tema en las aulas chilenas. Matu, en cambio, vio con sorpresa cómo en un curso de la carrera de Muralismo y Arte Público Monumental, que imparte la Universidad Nacional de La Plata, le enseñaban que la Brigada Ramona Parra era un referente de arte público latinoamericano.

Pero aunque los jóvenes que se dedican a este tipo de arte le tienen mucho respeto a la tradición muralista chilena y al trabajo de colectivos como la Brigada Ramona Parra, no replican exactamente lo que se hacía en el pasado, y hoy el discurso político no es predominante en el arte callejero. Los exponentes concuerdan en que las nuevas corrientes suelen no responder a las grandes consignas del muralismo tradicional. "Hoy vemos cada día más pintores preocupados en dar una opinión personal en un contexto comunitario, más que representar un ideal común. El StreetArt actual es como una oda a las diferencias, donde hay lugar para todo tipo de ideas y técnicas", cuenta desde Francia Inti Castro, quien ha pintado en ciudades como Ciudad de México, Valencia, Múnich, Los Ángeles, Nueva York, Helsinki y París, donde hizo su pieza más alta, en un edificio de 47 metros.

Sebastián Navarro (Charquipunk), por ejemplo, cuenta que sus últimos trabajos están motivados por el rescate de tradiciones folclóricas y la naturaleza. Ha viajado por el país pintando aves autóctonas de cada zona, como los caiquenes de Punta Arenas, porque para él el graffiti es una herramienta de educación popular. En la misma línea, Trinidad Guzmán, de Están Pintado, dice que si bien valoran que el arte se ocupe como una herramienta política y social, ellas prefieren alejarse de eso y ser los más transversales y libres posible.

Alejandro González explica que si hoy podemos ver tantas intervenciones de muralistas y graffiteros es porque sus exponentes han sido "rebeldes" al usar los espacios disponibles, a la buena o a la mala. "Yo lo vivo con mi hijo Nicolás, que es graffitero. Dejan embarradas, es cierto, pero eso se soluciona dejando de controlar tanto lo que debería ser de verdad un espacio público". La alusión a Nicolás no es gratuita: hace unos días fue sorprendido rayando un local de Gendarmería. Ahora González padre tiene que ir a pintarlo. "Les ofrecí un mural pero no quisieron. Prefieren una mano de brocha gorda. Es así. Hay gente que no se convence de la belleza de tener un mural con trazados y colores en vez de muros grises".